lunes, 23 de marzo de 2015

50 películas COMERCIALES y 50 películas no tan comerciales MEJORES que 50 SOMBRAS DE GRAY

No importa la edad, profesión, ni el grado de estudios; pero desde profesionistas defensoras del girl-power hasta sumisas amas de casa han sucumbido a la euforia global causada por Fifty Shades of Grey.
Con la calidad de una cajita feliz, el combo integra al best-seller publicado en 2011 por la británica E. L. James y la adaptación cinematográfica del mismo, dirigida en 2015 por Sam Taylor-Wood sobre un guión de Kelly Marcel.







Con las etiquetas de dramática, romantica y erótica, en ambas obras se describe la relación entre una chica virgen recién graduada de la universidad y un joven magnate, explorando juntos caminos de la sexualidad que van desde el fisting hasta el sadomasoquismo.
Han sido tantas y tan encontradas las críticas, que no pudimos menos que pensar en 100 películas que encajarían en la misma clasificación, pero que juicio personal son mejores que el multi aclamado blockboster. Toca a usted, querido lector, acomodarlas a su gusto



50 PELICULAS COMERCIALES
Mejores que las 50 Sombras de Grey

  1. 9 ½ semanas
  2. 9 songs
  3. An Officer and a Gentleman
  4. Atracción fatal
  5. Basic Insticnt
  6. Blamed to Río
  7. Blue Lagoon
  8. Body Double
  9. Body Heat
  10. Body of Evidence
  11. Calígula
  12. Chloe
  13. Closer
  14. Color of night
  15. Como Agua para Chocolate
  16. Dangerous Liasons
  17. El Amante
  18. El Amante de Lady Chatterley
  19. El llanto de las tortugas
  20. El Piano
  21. Emmanuelle
  22. Estas ruinas que ves
  23. Femme Fatale
  24. Fuego en el Amazonas
  25. Gía
  26. Henry & June
  27. Irreversible
  28. Jade
  29. Killing me Softly
  30. Monster’s Ball
  31. Muholland Drive
  32. Orquídea Salvaje 
  33. Orquídea Salvaje 2
  34. Pecado Original
  35. Poison Ivy
  36. Private Lessons
  37. Propuesta Indecorosa
  38. Quills
  39. Risky Business
  40. Shame
  41. Showgirls
  42. Sirens (1993)
  43. Sliver
  44. Swimming Pool
  45. Ten
  46. The Crush
  47. Two Moon Junction
  48. Unfaithful
  49. Wild Things
  50. Y Tu Mamá También



50 PELICULAS NO TAN COMERCIALES
Mejores que las 50 Sombras de Grey


  1. Átame
  2. Belle de Jour
  3. Belleza Robada
  4. Betty Blue
  5. Bilitis
  6. Bitter Moon
  7. Blue Velvet
  8. Boogie Nights
  9. Boxing Helena
  10. Carne Trémula
  11. Cat People (1982)
  12. Crash (de David Cronenberg)
  13. Crimes of Passion
  14. Damage
  15. El Amante Bilingüe
  16. El bebé de Macon
  17. El Cartero Siempre Llama Dos Veces (1981)
  18. El Cocinero, El Ladrón, Su Esposa y Su Amante
  19. El Imperio de los Sentidos
  20. El Portero de Noche
  21. Ese Obscuro Objeto del Deseo
  22. Exótica
  23. Eyes Wide Shut
  24. Gabriela (1983)
  25. Histoire D’O
  26. Holy Smoke
  27. In The Cut
  28. Jamón Jamón
  29. Ken Park
  30. La Insoportable Levedad del Ser
  31. La Pasión Turca
  32. Las Edades de Lulú
  33. Last Tango en París
  34. Lolita
  35. Lucía y el Sexo
  36. Lust & Caution
  37. Malena
  38. Mujer Soltera Busca
  39. Possesion (1981)
  40. Romeo y Julieta (Franco Zeffirelli)
  41. Saló o los 120 Días de Sodoma 
  42. Secretary
  43. Sex, Lies and Videotape
  44. Sleeping Beauty (2011)
  45. The Brown Bunny
  46. The Dreamers
  47. The Hunger
  48. The Pillow Book
  49. The Star Maker
  50. White Palace


50 SOMBRAS EN LA LITERATURA Y EL CINE.

Por: Sandra Bustamante M.


BREVE ACLARACIÓN
No haré un escrito académico ni una disertación ensayista acerca de “Fifty shades of Grey”. Me temo que ni la novela ni la película dan para tanto; en el presente escrito me limitaré a plantear solamente dos cuestiones que considero importantes de no perder de vista respecto a este best seller y a su esperada versión cinematográfica. La primera, la gran recepción que ha tenido el citado libro de E.L. James entre el público femenino; la segunda, la enorme popularidad de la película, siendo considerada por muchos como una nueva joya del cine erótico.






















LA NOVELA
La novela de E.L. James despertó mi curiosidad allá por el año 2011. Comenzaba a ser tema de conversación en los ámbitos más diversos: con las amigas del café, en medio de las juntas de trabajo, en las reuniones escolares del colegio de mis hijos. El público más entusiasmado por leerla o recomendarla era el público femenino. Decidí probar suerte y descargarla para leer sobre el tema que se volvía “viral”.
“Me miro en el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Y maldita sea Katherine Kavanagh, que se ha puesto enferma y me ha metido en este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. No debo meterme en la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo a la chica pálida, de pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes que me mira, y me rindo. Mi única opción es recogerme este pelo rebelde en una coleta y confiar en estar medio presentable.”

Me considero una lectora aficionada pero asidua, disciplinada; entre los libros de literatura más complicados que he leído están “Vida y Destino” de Vasili Grossman o “La Guerra y la Paz” de León Tolstói. Creí necesario comentar este hecho porque después de leer el primer párrafo de “Fifty shades…”, citado arriba, pensé que el tono chocante de la redacción podrían deberse a la traducción; me limité a no emitir más juicios en ése momento y a conseguir la versión en inglés:
“I scowl with frustration at myself in the mirror. Damn my hair – it just won’t behave, and damn Katherine Kavanagh for being ill and subjecting me to this ordeal. I should be studying for my final exams, which are next week, yet here I am trying to brush my hair into submission. I must not sleep with it wet. I must not sleep with it wet. Reciting this mantra several times, I attempt, once more, to bring it under control with the brush. I roll my eyes in 1exasperation and gaze at the pale, brown-haired girl with blue eyes too big for her face staring back at me, and give up. My only option is to restrain my wayward hair in a ponytail and hope that I look 1semi presentable.”

Después de leer nuevamente el primer párrafo en su versión original, me rendí. Confieso que a partir de ése momento leí a partes la novela, traicionando mi disciplina. ¿Cómo es posible –pensé- que una protagonista femenina tan insegura, tan increíblemente ingenua, sea capaz de despertar tal interés y admiración entre el público femenino?

Acepto que no leí a totalidad la novela. No pude. Pero tengo elementos suficientes para emitir una opinión. Esperaba leer algo erótico, una trama mejor construida y o al menos una redacción que no rayara en la mediocridad. Lo que obtuve fue una telenovela barata y la elevación moral de los defectos de carácter de los personajes como rasgos deseados, positivos y hasta admirados.
Lo que más me desagradó y alarmó de la gran aceptación femenina de la novela de E.L. James, es la cuestión de género que encierra su trama: Anastacia Steele es una chica recién graduada, con una sexualidad nula, que se ve tentada a firmar un contrato sadomasoquista que le ofrece un joven millonario, Christian Grey; él será el dominador y ella la sumisa en este pactado juego sexual.

La autora de las “Fifty shades…” quiso transmitir un mensaje muy claro: En el fondo, todas las mujeres quieren a un hombre golpeador, dominador, posesivo, pero sobre todo, proveedor. Quieren a un hombre que les diga exactamente qué hacer y qué sentir en cada acto de la vida. Quieren a un hombre que anule su criterio y sentido común. Mi descontento y mi alarma giran en torno a la gran aceptación de este mensaje, aún entre las mujeres de mi veterana generación. Dejaré las palabras de una colega, la socióloga Eva Illouz acerca de la obra de E.L. James:
“Contiene muestras de la peor escritura que he visto nunca … Presenta de modo favorable el sadomasoquismo y el sometimiento de la mujer… Sintoniza con tendencias muy promovidas en la sociedad occidental, como la reducción de la sexualidad a objeto de consumo o la creencia de que la satisfacción o el éxito –sexual en este caso– se consigue aplicando recetas, la base de la literatura de autoayuda”.



LA PELÍCULA
El día de San Valentín de 2015 se estrenó la versión cinematográfica de “Fifty shades of Grey” contando con Sam Taylor-Johnson, de origen británico, como directora. Sam solo tiene dos trabajos de dirección anteriores: “Love You More” (Taylor-Johnson, 2008) y “Nowhere Boy” (Taylor-Johnson, 2009). El guión estuvo a cargo de Kelly Marcel y en los protagónicos encontramos también a dos novatos de la actuación: Dakota Johnson y Jamie Dornan.

Fue nuevamente la popularidad  y la gran aceptación de “Fifty shades…” entre los consumidores de estrenos cinematográficos lo que me hizo ver la película. No en una sala de cine, sino en mi lugar de confort, armada con libreta y lápiz. Confieso que fue indignación en parte y también cierta curiosidad las que me hicieron resistir de cabo a rabo la proyección. Indignación de que se llevara a la pantalla grande una trama tan mediocre. Curiosidad de ver si el equipo antes descrito, era capaz de sacar un producto por lo menos entretenido, con buenas actuaciones y un clima de erotismo a la altura de las expectativas.

Quise dejar de verla en los primeros cinco minutos de su proyección, pero necesitaba tener algún argumento con que rebatir a quienes consideran  “Fifty shades…” comparable a títulos como “Ultimo tango a Parigi” (Bertolucci, 1972) o “9 ½ weeks” (Lyne, 1986). Solo diré que al terminar, encontré no uno, sino decenas de argumentos. Solo comentaré unas cuantas notas, segura de que no se necesitan muchas más para echar por tierra la idea de que estamos frente a una pieza del cine erótico.
  1. Actuaciones mal logradas de los protagonistas, sin naturalidad en las escenas, sobre todo en las de sexo.  Los diálogos muy acartonados y  los ambientes poco creíbles.
  2. Dakota Johnson –Anastacia- tiene la apariencia de Charlotte Gainsbourg, protagonista de la película “Ninphomaniac” (Lars Von Trier, 2013) ¿Será una coincidencia?
  3. Un multimillonario joven, filántropo y de buen corazón, así nos van describiendo a Christian Grey… Sus defectos de carácter se ven altamente equilibrados e incluso eclipsados por su posición financiera, demostrada con el despliegue de imágenes de la ostentosa vida de un millonario. Es un personaje que solo puede existir dentro de las tramas imposibles de las telenovelas.
  4. Cuando Anastacia dice: “Mi madre está con su marido número cuatro, es una romántica incurable…” Yo me pregunto si a los espectadores no les pasó por la mente que la madre no es romántica, sino emocionalmente inestable. Cuatro maridos implican tres divorcios…
  5. Mientras continúo haciendo notas durante la proyección, de pronto sé que he visto en la pantalla un ambiente similar; diálogos increíblemente absurdos y cursis. Sí, nuestra película en cuestión es comparable a “Los ricos también lloran”, telenovela mexicana de  1979 dirigida por Rafael Banquells.

CONCLUSIÓN
Ambas, la novela y la película, plantean una relación basada en el sexo como una mera transacción, estipulada y acordada, incluso en un contrato escrito. Este contrato, que detalla prácticas sexuales poco comunes, somete solamente a la parte femenina a todo un listado de actividades y actitudes que van desde el mutismo durante el castigo corporal hasta el fisting.

Christian Grey es un hombre carente de afecto, con una infancia de abusos, con enormes traumas y complejos. Anastacia Steele es una universitaria de 21 años demasiado inocente, que incluso raya en un cierto retraso emocional por lo que carece de criterio para entablar una relación sexual tan atípica.

Cualquiera es libre de escribir un bodrio y tener la suerte de volverse un autor publicado. Lo que me molesta tanto de “Fifty shades…” es el hecho de que esté influenciando a los nuevos lectores, adolescentes e incluso universitarios. Ver a toda una nueva generación de lectores entusiasmarse con las fantásticas cursilerías de E.L. James me remite a lo que sentí hace años cuando toda una generación comenzó a leer y encumbrar al autor Carlos Cuauhtémoc Sánchez; y creo que estoy concediéndole demasiado a nuestra incipiente autora británica.


Finalmente, cualquiera es libre de rodar una película basada en una novela mediocre; la franquicia literaria de “Fifty shades of Grey” -que pretende convertirse en una saga cinematográfica- no es la única. Están los casos de “Twilight” (Hardwicke, 2008), “Divergent” (Burger, 2014) y “The Lord of the Rings: The Fellowship of the Ring” (Jackson, 2001), por mencionar los más populares. Lo que molesta y preocupa es el tema de los roles de género que encierra “Fifty shades…” El mensaje de la película, vuelvo a insistir, es claro: Está bien que una joven mujer decida someterse a los caprichos y necesidades sexuales de un hombre, porque está empoderado financieramente. Y porque es hombre.

Sandra Bustamante M
Marzo 2015


LOS ASESINOS ESTÁN ENTRE NOSOTROS: EL VIAJE DE IDA


Por Arturo Díaz Zurita



El Peor enemigo de un pueblo, es el pueblo mismo.

Ya en 1946 Wolfgang Studte había afirmado “los asesinos están entre nosotros”, con un filme sobre la reconstrucción moral, la reincorporación a la cotidianidad y la aceptación de la culpa de quienes sólo por “cumplir órdenes” fueron cómplices de una de las masacres más atroces que ha visto la historia de la humanidad.Pareciera que ha pasado toda una vida desde entonces, sin embargo a 76 años de la ocupación nazi en Polonia, Ida, el reciente filme de Pavel Pawlikowski nos dice que las cicatrices de aquél tiempo aún calan en el pueblo polaco; y es que nada duele más que cuando te lastiman los tuyos.

























Ambientada a principios de los años 60, Pawlikowski apoya su historia en la interesante fotografía blanco y negro de Ryszard Lenczewski y Lukasz Zal, mostrándonos de inicio la cotidianidad de un majestuoso convento que se ubica en un frío pueblo polaco que, rodeado por la nieve, nos sitúa de inmediato en un ambiente de soledad y opresión. Cada toma es apenas breve, cada plano es generalmente estático; los altos cielos rasos y la monotonía que ronda en su interior son exacerbados por los encuadres híbridos que ubican a los personajes en la parte inferior volviendo más grande ese gris que nos envuelve. No hay música ni los apoyos básicos, esos “trucos” del cine convencional. La quietud predomina y las silenciosas meriendas de las habitantes del edificio sólo nutren el cuerpo, pues la interacción se presenta únicamente al servicio de Dios.

Así nos presentan a Ida (Agata Trzebuchowska), novicia huérfana que desde muy pequeña ha visto su vida transcurrir en medio de ese mutismo y religiosidad. Pinta a mano una estatua de tamaño casi real del Sagrado Corazón de Jesús y con mortuoria solemnidad entre varias lo llevan de vuelta a su lugar, cargado cual féretro, destacando sobre el nevado paisaje en un plano superior. La ingenua devoción está planteada, la joven Polonia encarnada.
Se acerca la fecha en que la novicia habrá de hacer los votos que la conviertan en monja cuando es requerida por la madre superiora. Ahí le informan que si bien aún tiene un familiar vivo en el mundo, éste nunca quiso hacerse responsable de ella por lo que le encomiendan la tarea de confrontarlo,  debiendo tomarse para ello “el tiempo que sea necesario” antes de volver y consagrar definitivamente su vida a Cristo. La tarea es aceptada con una impavidez y estoicismos que caracterizarán a Ida a lo largo del filme.

Entonces viaja a Lodz y conoce a su tía Wanda (Agata Kuleszka), hermana de su madre. El primer acercamiento entre ellas no podía ser más desconcertante: Cigarro en mano Wanda despedía a su amante de ocasión, bebe y con un sarcasmo casi burlón le informa a Ida -la monja católica- que su origen es  judío y Anna su verdadero nombre. ¿No te dijeron que soy? –le pregunta, y por un segundo su aspecto desparpajado nos hace pensar que dirá “Soy prostituta”, pero cuando nuestro supuesto cliente se despide de ambas con un educado “Que Dios las Bendiga” sabemos que equivocamos juicio. Aun así nunca responde, pero sí le dice a la joven que es la sobreviviente hija de una pareja desaparecida durante la guerra, muertos como muchos en el anonimato y sin santa sepultura como casi todos.
Aquí inicia la constante comparación de las extrapoladas Polonias fielmente representadas por las dos Agatas. La católica y la comunista, la inocente y la curtida. Pawlikowski impone su mirada a los personajes, sin estereotiparlos ni juzgarlos, pues ambos son el resultado del destino histórico que ha sufrido su país.
Por la mañana Wanda toma el tren e Ida prefiere el autobús. La mirada vacía e inexpresiva de la primera al frente de una Corte Legal de segunda nos contagia su frustración y hartazgo acumulados. Es la repentina llegada de la sobrina el pretexto que había esperado para emprender el recorrido en busca de las respuestas que le den paz a este personaje; es ella quien necesita el viaje, y en su búsqueda conducirá a Ida con todo y su simpleza por una ruta que impactará más la vida de la luchadora integrante del Partido Socialista, que la de nuestra novicia.

En este punto, el filme se convierte en un inevitable roadmovie. El movimiento y dinamismo son establecidos por la línea argumental –a veces en tono de comedia- equilibrando los planos estáticos y los encuadres incómodos. El objetivo de las mujeres es llegar a su pueblo natal para averiguar el destino final de los familiares muertos, así como el paradero de sus restos.
El confinamiento en el pequeño vehículo que conduce Wanda obliga al  breve diálogo, tratando de indagar en el punto de vista que cada una de ellas tiene con respecto al sexo y la religión: –Deberías intentar el amor carnal, de otra forma que clase de sacrificio serían esos votos –le dicen a Ida, sin embargo Pawlikowski se mantiene al margen sin concederle la razón a ninguna de las dos posturas, ambas tienen como sustento un país carente de identidad, dividido por la guerra y consumido por el rencor.

“Entre abril y mayo de 1940, tras la invasión de Polonia por parte de los soviéticos en 1939 y poco después del inicio de la Segunda Guerra Mundial se llevó a cabo la “Masacre de Katyn”, también conocida como la “Masacre del bosque de Katyn”, ejecución en masa de ciudadanos polacos (muchos de ellos oficiales del ejército, hechos prisioneros de guerra) orquestada por el NKVD —la policía secreta soviética dirigida por Lavrenti Beria. A partir de una propuesta oficial de Beria, fechada el 5 de marzo de 1940, Stalin y otros cuatro miembros del Politburó soviético aprobaron lo que, de acuerdo al Instituto de la Memoria Nacional de Polonia y otros sectores, sería un genocidio.
Se estima que las víctimas fueron al menos 21mil 768 ciudadanos polacos los cuales fueron asesinados tanto en el bosque de Katyn como en las prisiones de las ciudades de Kalinin, Járkov y otros lugares próximos. Del total de muertos, cerca de ocho mil eran militares prisioneros de guerra, otros seis mil eran policías y el resto se trataba de civiles integrantes de la intelectualidad polaca como profesores, artistas, investigadores e historiadores.”

Tal vez este es el único “traspié” donde el director nos deja ver su postura al situar en este período el pasado glorioso de  “Wanda la Roja”, no obstante, la experimentada actriz polaca Agata Kuleszca tendrá la oportunidad de darle trasfondo a su personaje, descubriéndolo al punto casi de eclipsar a Ida. Emerge la mujer fuerte y de carácter que alguna vez fue: aquella condecorada luchadora política,  antigua fiscal estatal estalinista que por el bien de la revolución envió a los "enemigos del pueblo " a la muerte. Lo interesante en este punto es que Pawlikowski sigue sin comprometerse, no termina de definir la participación de ella en los hechos históricos y le pone enfrente a una actriz debutante, Trzebuchowska, a quien seleccionó de entre muchas candidatas al papel y que por su misma inexperiencia histriónica no le costará el más mínimo trabajo proyectar la alienación de Ida, carente de matices.
La carretera, los grises paisajes y los abandonados crossroads continúan acompañando el relato de esta singular pareja. En el trayecto recogen a un joven músico de jazz que aportará una breve tangente argumental. Su presencia sirve para que empecemos a creer que la vida de Ida al fin tendrá una pizca de emoción mundana, pero es el constante desenfado de Wanda el que provoca que éste brote, haciéndola reaccionar casi violentamente en defensa de lo que considera más importante: su fe católica.

La mañana siguiente traerá consigo el clímax de la historia. El enfrentamiento con el pasado y una serie de revelaciones invertirán los roles de las mujeres. El filme jamás será tan gris y los encuadres nunca más incompletos. Pawlikowski da un paso al costado, se deslinda de posturas haciendo evolucionar la fotografía hasta el punto en que se vuelve factor, despojándonos de cualquier elemento anatómico que nos facilite la interpretación. Quiere que el espectador construya sus propias emociones e incluso, en el momento crucial, Ida será tan solo una voz en off;  el único rostro que veremos es el de la vergüenza, ese que el director no tiene duda ni remordimiento para mostrárnoslo.
Al amanecer del siguiente día se aproxima el fin del viaje.  Un full shot nos mostrará un abandonado cementerio judío, en su entrada una reja coronada por una estrella de David que observa al sol alejarse cada vez más. Finalmente, el destino ha querido que las diferencias se desvanezcan. Las mujeres se verán unidas cavando con sus propias uñas la tumba que sepultará lo único que habrán compartido a lo largo de su viaje: la pérdida.

Llega el momento de la despedida. Ida regresa a su vida monótona en el convento, la nieve se ha derretido y no es casual que el camino que conduce a éste se vea más desolado, más gris, más monótono ¿Será capaz Ida de jurar esos votos después de lo experimentado? ¿Retornará Wanda a su vida licenciosa, envuelta entre alcohol y amantes de ocasión?

Al final, mientras una concluye su vida en soledad, víctima de la traición de ambos frentes políticos y escuchando la Sinfonía No 41 en C mayor “Júpiter” KV 551, de Mozart; la otra pierde su virginidad al compás de Naima, de Coltrane, entregará su vida a Cristo y renunciará al camino que tomamos aquellos que si soñamos con tener pareja, hijos y una linda casa cerca del mar.
Ida significa el retorno a la patria de Pavel Pawlikowski, director polaco que construyó los inicios de su carrera en el Reino Unido con filmes como “La Femme du Vème, 2011” protagonizada por Ethan Hawke y Kristin Scott-Thomas. La cinta de tan solo 80 minutos de duración cuenta con un guión básico que trabajó a cuatro manos con la inglesa, exbailarina de table dance Rebecca Lenkiewicz; juntos construyen un relato tan escaso de diálogo y elementos que evocan la austeridad  de los filmes nacionales producidos en los años en que se ambienta la producción. Es su primer rodaje en tierras polacas, por eso la temática emocional impulsada por la fotografía poco convencional filmada en relación de aspecto 1,37:1 en vez de los tradicionales 1,85:1 o 2,39:1. Sus composiciones, cuadro por cuadro, son de una belleza tan básica como inusual, pues cuando no opta por la angustiante cámara en mano, decide dividir en tercios ubicando a los sujetos en el plano inferior para brindar una belleza contemplativa que nos mantiene a distancia.
El resultado es un trabajo tan cercano como distante, donde el espectador es obligado a construir su propio discurso paralelo que dé cabida, sin prisas, a cualquier interpretación. Sin embargo Pawlikowski parece tenerlo todo resuelto y el mensaje que nos quiere dar es claro. El dolor del holocausto aún persiste, pero la culpa no recae esta vez en el pueblo alemán: al interior es donde aún se guarda rencor y se asignan culpas. La Polonia judía que representa Wanda “La Roja” se consume en el dolor y la decadencia, al tiempo que la joven Polonia de Anna, esa que abraza la religión cristiana, otorga el perdón y continúa su camino según lo establecido, tomando de la vida apenas una rebanada. Ida es, sin duda, un filme que vale la pena disfrutar en una época donde la realidad en que vivimos es soterrada por los múltiples blockbusters y la historia confinada a los libros que ya nadie lee.





DEAR WHITE PEOPLE: LA IDENTIDAD DE LA RAZA

Por: Sandra Bustamante M.


En este lado del mundo, en esta tierra del mariachi y la tortilla, a donde no sufrimos tanto por el color de la piel -aunque sí por el grosor de la billetera-, estamos tan olvidados de las cuestiones raciales que cuando vemos una película como “Dear white people” se nos puede antojar exagerado el argumento. Sin embargo, saltamos de la silla cuando vemos que está basado en situaciones reales.




El tema del racismo en cualquier parte del mundo suele ser temido y difícil de abordar. Suele perderse de vista que la especie humana es netamente migratoria y que todas las actuales naciones se han formado, de una u otra manera, por estas corrientes de migrantes originadas hace miles de años.
Nos olvidamos de que como especie tenemos antepasados comunes, los mismos abuelos ancestrales, y que las diferencias en nuestra apariencia responden únicamente a una adaptación de factores ambientales. Nos olvidamos también que la genética ya demostró que el concepto de raza no existe en el humano, que todos compartimos las mismas características como especie que somos, y que hablar de “negros”, “blancos” y “amarrillos” es tan arcaico como pensar que la tierra es plana e inmóvil.
La película, comienza con la llegada de los estudiantes al campus de la Universidad Winchester, en Estados Unidos. Se nos van presentando las carreras más prestigiadas y las casas y fraternidades de estudiantes más populares. El hecho de vivir en una u otra casa o pertenecer a una u otra fraternidad puede hacer la diferencia para un estudiante en cuanto a relaciones profesionales y económicas a futuro; es por eso que este aspecto es de vital importancia en la vida de cualquier universitario americano.

En la estación de radio del campus se escucha la rúbrica de un programa que saluda: “Dear white people”; la voz femenina que conduce  –y escribe y produce este show- es la de la afroamericana Samantha White, una irreverente estudiante de comunicación que está determinada a derogar un artículo del reglamento universitario sobre la mezcla de estudiantes blancos y negros en las casas universitarias. Increíblemente, esta medida parece afectar más a los afroamericanos, quienes toman el asunto como consigna de lucha en contra de las autoridades universitarias, básicamente el Presidente de la universidad (caucásico) y el Decano (afroamericano).

La cinta nos presenta también a Leonel Higgins, un estudiante junior de periodismo quien por ser afroamericano y estar asignado a una casa de blancos de las más prestigiadas –a donde vive el hijo del Presidente de la universidad- no encaja. El hecho de ser gay lo coloca también dentro de otro grupo de exclusión. El personaje de Lionel cobra mayor importancia cuando a lo largo de la película vemos que lo excluyen tanto los blancos como los afroamericanos, hasta que parece encontrar amistad en un director de un periódico universitario, estudiante blanco y gay quien lo impulsará a cubrir la protesta de Samantha White, con la promesa de conexiones en importantes periódicos nacionales.

Conocemos también a Coco (Coleandra) Conners, una afroamericana con pinta de top model que usa el cabello lacio y largo además de pupilentes azules; es una brillante estudiante de economía: “Cuando me gradúe en economía de Winchester será la culminación de la ambición de mis padres negros de clase media”.  Sin embargo, Coco sueña con un novio blanco de clase alta y sueña también con estar en un reality show; muy pronto tendrá la oportunidad de audicionar  para un productor (afroamericano) quien desea hacer un reality  en la universidad: “Rostro negro, lugar blanco”.
Simpatizamos, al menos en principio, con Troy Fairbanks, afroamericano, hijo del Decano, ex novio de Samantha White y novio de la caucásica hija del Presidente de la universidad. Troy -por ser afroamericano y aspirante a la excelencia académica- debe ser el perfecto modelo de estudiante, pues por su color de piel y por su padre, tiene el doble de presión que, por ejemplo Fletcher, hijo del rector, estudiante “blanco”, que sin ser brillante ni dedicado, tiene el futuro resuelto, por su color de piel y por su padre.
Ya planteado el conflicto entre negros y blacos, nos presentan el hecho de que en el campus circula un manual, “Ebony & Ivy, a survival guide to keep from drowning in a sea of white”. Este librito, escrito en cierta jerga, explica algunas de las situaciones en que, aún en pleno siglo XXI, la gente afroamericana se ve envuelta en la interacción con la gente blanca.  A su vez, Samantha radicaliza cada vez más su “Dear White People”, al grado que Presidente y Decano se reúnen para discutir las acciones que se deben tomar.
Para el Presidente de la universidad, el asunto de la protesta de estudiantes negros es algo pasajero y le comenta al Decano: “El racismo se terminó en Norteamérica, las únicas personas que piensan en ello quizá son los mexicanos”. Cuando el Decano llama a cuentas a Samantha, a su vez agrega: “Tu programa es racista” a lo que ella responde: “Los negros no pueden ser racistas… El racismo describe un sistema de desventajas basado en la raza. Los negros no pueden ser racistas ya que no nos beneficiamos de tal sistema”.  O sea que desde la perspectiva de Samantha decir “Dear white people” no es racista, porque los negros han estado históricamente sometidos; sin embargo, cuando ella se encuentra ante la disyuntiva de tener a un novio blanco o a uno negro, sus ideas comienzan a revolverse y una cosa es no traicionar a su raza y otra muy distinta resultará no traicionarse a sí misma.

Cuando el presidente encara a Samantha, le dice “Yo creo que tu echas de menos los días cuando los negros colgaban de los árboles y se les negaban sus derechos. De esa forma tendrías algo por lo cual luchar”, nos hace recordar a las protestas actuales en New York y en otras ciudades americanas a donde han baleado sin más investigación a sospechosos solo por el color de su piel. El caso de dos jóvenes negros asesinados en la unión americana en meses pasados,  desató la inconformidad de las comunidades afroamericanas y hasta el día de hoy es un asunto sin resolver, una inconformidad latente y una injusticia muy real.
El clímax de la película viene en medio de la lucha de los estudiantes afroamericanos por recuperar sus espacios y oponerse al reglamento de la “mezcla de razas” y con la fiesta temática en casa del hijo del Presidente universitario. En esa casa se dan recepciones que se recuerdan por su originalidad y excesos pero en esta ocasión no tienen idea de lo que inventarán para celebrar Halloween, hasta que aparece Coco, quien dispuesta a hacer lo-que-sea para ganar un papel en el reality show, les propondrá una idea más allá de la originalidad; ayudados también por Troy, quien desea más que nada la aceptación de blancos y negros, organizarán un evento temático sin precedente… Solo que los disfraces serán más atemorizantes para la comunidad, para los afroamericanos y para el Decano, de lo que tenían previsto.

Ambientada totalmente en el campus universitario, separa por capítulos cuyos títulos parecen la carátula de un texto escolar –pues figura el logo de la universidad- “Dear white people” ha sido ignorada en los premios Oscar, pero muy reconocida por varios premios independientes como African-American Film Critics Association,  Gotham Awards, Independent Spirit Awards, Sundance Film Festival, por mencionar los más importantes. Su director Justin Simien, quien es también el escritor y productor, solo ha hecho tres trabajos anteriores: Rings (2006), My Women: Inst Msgs (2009), and Inst Msgs (Instant Messages) (2009). Cuando a Simien lo compararon con Spike Lee, dijo que más bien sus influencias venían de directores como Woody Allen o Ingmar Bergman; efectivamente, los ambientes, la música, los diálogos en esta película nos remiten sobre todo a situaciones de confrontación de los personajes con ellos mismos, con las influencias del exterior y sus metas interiores, estos temas han sido recurrentes en la filmografía de los citados directores.

Si hacemos un rapidísimo recuento del cine americano que aborda los temas del racismo, nos encontraremos con títulos que van desde “El nacimiento de una nación” de D.W. Griffith (1915), referente obligado e incluso mencionado en la película que nos ocupa; pasamos por otros clásicos como “Guess who’s coming dinner” de Stanley Kramer o “En el calor de la noche” de Norman Jewison, ambas películas lanzadas en 1967 y protagonizadas por Sidney Poitier. Más cercanas tenemos a “American History X” de Tony Kaye (1998) y diez años después Clint Eastwood nos presentó “Grand Torino”. Son demasiadas las referencias cinematogáficas que podríamos seguir mencionando; lo que nos llama la atención es que “Dear white people” finalmente señala las condiciones actuales del racismo pero desde una perspectiva interna; desde la propia vida y mente y psicología de los estudiantes afroamericanos, en una comunidad universitaria cerrada, a donde es difícil huir del estigma de la “raza”, a donde cada decisión es cuidadosamente tomada pues de esto depende el futuro profesional y la aceptación de la comunidad. Nuestra peli, sin ser tan dramática como las citadas más arriba, más bien en un estilo “woodyallenezco”, nos obliga a pensar en las contradicciones internas de los afroamericanos, en si es cierto que el racismo no existe más en Norteamérica, como lo plantea el Presidente de la universidad. Nos obliga también a ponernos en los zapatos de un lado y del otro, de negros y blancos y tal vez nos haga preguntarnos, tímidamente, si sería posible cerrar de una vez y para siempre las heridas históricas de la desigualdad cultural y la intolerancia racial en Norteamérica.

Sandra Bustamante M.


Marzo 2015