Un lugarcito para beber cine, tomar música y devorar libros…
Este es el bar de los villanos.
Si odias que te cuenten las películas, te haremos sufrir y te compartiremos nuestro punto de vista …
Queremos que te envenenes con nosotros, volverte adicto al cine, dependiente de los libros y amante incondicional de la música…
Una mirada envenenada al séptimo arte.
Un lugar para envenenarte de cine.
No importa la edad, profesión, ni el grado de estudios; pero desde profesionistas defensoras del girl-power hasta sumisas amas de casa han sucumbido a la euforia global causada por Fifty Shades of Grey.
Con la calidad de una cajita feliz, el combo integra al best-seller publicado en 2011 por la británica E. L. James y la adaptación cinematográfica del mismo, dirigida en 2015 por Sam Taylor-Wood sobre un guión de Kelly Marcel.
Con las etiquetas de dramática, romantica y erótica, en ambas obras se describe la relación entre una chica virgen recién graduada de la universidad y un joven magnate, explorando juntos caminos de la sexualidad que van desde el fisting hasta el sadomasoquismo.
Han sido tantas y tan encontradas las críticas, que no pudimos menos que pensar en 100 películas que encajarían en la misma clasificación, pero que juicio personal son mejores que el multi aclamado blockboster. Toca a usted, querido lector, acomodarlas a su gusto
50 PELICULAS COMERCIALES Mejores que las 50 Sombras de Grey
9 ½ semanas
9 songs
An Officer and a Gentleman
Atracción fatal
Basic Insticnt
Blamed to Río
Blue Lagoon
Body Double
Body Heat
Body of Evidence
Calígula
Chloe
Closer
Color of night
Como Agua para Chocolate
Dangerous Liasons
El Amante
El Amante de Lady Chatterley
El llanto de las tortugas
El Piano
Emmanuelle
Estas ruinas que ves
Femme Fatale
Fuego en el Amazonas
Gía
Henry & June
Irreversible
Jade
Killing me Softly
Monster’s Ball
Muholland Drive
Orquídea Salvaje
Orquídea Salvaje 2
Pecado Original
Poison Ivy
Private Lessons
Propuesta Indecorosa
Quills
Risky Business
Shame
Showgirls
Sirens (1993)
Sliver
Swimming Pool
Ten
The Crush
Two Moon Junction
Unfaithful
Wild Things
Y Tu Mamá También
50 PELICULAS NO TAN COMERCIALES Mejores que las 50 Sombras de Grey
No haré un
escrito académico ni una disertación ensayista acerca de “Fifty shades of Grey”.
Me temo que ni la novela ni la película dan para tanto; en el presente escrito
me limitaré a plantear solamente dos cuestiones que considero importantes de no
perder de vista respecto a este best seller y a su esperada versión
cinematográfica. La primera, la gran recepción que ha tenido el citado libro de
E.L. James entre el público femenino; la segunda, la enorme popularidad de la
película, siendo considerada por muchos como una nueva joya del cine erótico.
LA NOVELA La novela de
E.L. James despertó mi curiosidad allá por el año 2011. Comenzaba a ser tema de
conversación en los ámbitos más diversos: con las amigas del café, en medio de
las juntas de trabajo, en las reuniones escolares del colegio de mis hijos. El
público más entusiasmado por leerla o recomendarla era el público femenino.
Decidí probar suerte y descargarla para leer sobre el tema que se volvía
“viral”.
“Me miro en
el espejo y frunzo el ceño, frustrada. Qué asco de pelo. No hay manera con él.
Y maldita sea Katherine Kavanagh, que se ha puesto enferma y me ha metido en
este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la
semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. No debo
meterme en la cama con el pelo mojado. No debo meterme en la cama con el pelo
mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más
controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después
observo a la chica pálida, de pelo castaño y ojos azules exageradamente grandes
que me mira, y me rindo. Mi única opción es recogerme este pelo rebelde en una
coleta y confiar en estar medio presentable.”
Me considero
una lectora aficionada pero asidua, disciplinada; entre los libros de
literatura más complicados que he leído están “Vida y Destino” de Vasili
Grossman o “La Guerra y la Paz” de León Tolstói. Creí necesario comentar este
hecho porque después de leer el primer párrafo de “Fifty shades…”, citado
arriba, pensé que el tono chocante de la redacción podrían deberse a la traducción;
me limité a no emitir más juicios en ése momento y a conseguir la versión en
inglés:
“I scowl with
frustration at myself in the mirror. Damn my hair – it just won’t behave, and
damn Katherine Kavanagh for being ill and subjecting me to this ordeal. I
should be studying for my final exams, which are next week, yet here I am
trying to brush my hair into submission. I must not sleep with it wet. I must
not sleep with it wet. Reciting this mantra several times, I attempt, once
more, to bring it under control with the brush. I roll my eyes in 1exasperation
and gaze at the pale, brown-haired girl with blue eyes too big for her face
staring back at me, and give up. My only option is to restrain my wayward hair
in a ponytail and hope that I look 1semi presentable.”
Después de
leer nuevamente el primer párrafo en su versión original, me rendí. Confieso
que a partir de ése momento leí a partes la novela, traicionando mi disciplina.
¿Cómo es posible –pensé- que una protagonista femenina tan insegura, tan
increíblemente ingenua, sea capaz de despertar tal interés y admiración entre
el público femenino?
Acepto que no
leí a totalidad la novela. No pude. Pero tengo elementos suficientes para
emitir una opinión. Esperaba leer algo erótico, una trama mejor construida y o
al menos una redacción que no rayara en la mediocridad. Lo que obtuve fue una telenovela
barata y la elevación moral de los defectos de carácter de los personajes como
rasgos deseados, positivos y hasta admirados.
Lo que más me
desagradó y alarmó de la gran aceptación femenina de la novela de E.L. James,
es la cuestión de género que encierra su trama: Anastacia Steele es una chica
recién graduada, con una sexualidad nula, que se ve tentada a firmar un
contrato sadomasoquista que le ofrece un joven millonario, Christian Grey; él
será el dominador y ella la sumisa en este pactado juego sexual.
La autora de
las “Fifty shades…” quiso transmitir un mensaje muy claro: En el fondo, todas
las mujeres quieren a un hombre golpeador, dominador, posesivo, pero sobre
todo, proveedor. Quieren a un hombre que les diga exactamente qué hacer y qué
sentir en cada acto de la vida. Quieren a un hombre que anule su criterio y
sentido común. Mi descontento y mi alarma giran en torno a la gran aceptación
de este mensaje, aún entre las mujeres de mi veterana generación. Dejaré las
palabras de una colega, la socióloga Eva Illouz acerca de la obra de E.L. James:
“Contiene
muestras de la peor escritura que he visto nunca … Presenta de modo favorable
el sadomasoquismo y el sometimiento de la mujer… Sintoniza con tendencias muy
promovidas en la sociedad occidental, como la reducción de la sexualidad a
objeto de consumo o la creencia de que la satisfacción o el éxito –sexual en
este caso– se consigue aplicando recetas, la base de la literatura de
autoayuda”.
LA PELÍCULA
El día de San
Valentín de 2015 se estrenó la versión cinematográfica de “Fifty shades of Grey”
contando con Sam Taylor-Johnson, de origen británico, como directora. Sam solo
tiene dos trabajos de dirección anteriores: “Love You More” (Taylor-Johnson,
2008) y “Nowhere Boy” (Taylor-Johnson, 2009). El guión estuvo a cargo de
Kelly Marcel y en los protagónicos encontramos también a dos novatos de la
actuación: Dakota Johnson y Jamie Dornan.
Fue nuevamente
la popularidad y la gran aceptación de “Fifty
shades…” entre los consumidores de estrenos cinematográficos lo que me hizo ver
la película. No en una sala de cine, sino en mi lugar de confort, armada con libreta
y lápiz. Confieso que fue indignación en parte y también cierta curiosidad las
que me hicieron resistir de cabo a rabo la proyección. Indignación de que se
llevara a la pantalla grande una trama tan mediocre. Curiosidad de ver si el
equipo antes descrito, era capaz de sacar un producto por lo menos entretenido,
con buenas actuaciones y un clima de erotismo a la altura de las expectativas.
Quise dejar
de verla en los primeros cinco minutos de su proyección, pero necesitaba tener
algún argumento con que rebatir a quienes consideran “Fifty shades…” comparable a títulos como “Ultimo
tango a Parigi” (Bertolucci, 1972) o “9 ½ weeks” (Lyne, 1986). Solo diré que al
terminar, encontré no uno, sino decenas de argumentos. Solo comentaré unas
cuantas notas, segura de que no se necesitan muchas más para echar por tierra
la idea de que estamos frente a una pieza del cine erótico.
Actuaciones mal logradas de los
protagonistas, sin naturalidad en las escenas, sobre todo en las de sexo. Los diálogos muy acartonados y los ambientes poco creíbles.
Dakota Johnson –Anastacia-
tiene la apariencia de Charlotte Gainsbourg, protagonista de la película “Ninphomaniac”
(Lars Von Trier, 2013) ¿Será una coincidencia?
Un multimillonario joven, filántropo
y de buen corazón, así nos van describiendo a Christian Grey… Sus defectos de
carácter se ven altamente equilibrados e incluso eclipsados por su posición
financiera, demostrada con el despliegue de imágenes de la ostentosa vida de un
millonario. Es un personaje que solo puede existir dentro de las tramas
imposibles de las telenovelas.
Cuando Anastacia dice: “Mi
madre está con su marido número cuatro, es una romántica incurable…” Yo me
pregunto si a los espectadores no les pasó por la mente que la madre no es
romántica, sino emocionalmente inestable. Cuatro maridos implican tres
divorcios…
Mientras continúo haciendo
notas durante la proyección, de pronto sé que he visto en la pantalla un ambiente
similar; diálogos increíblemente absurdos y cursis. Sí, nuestra película en
cuestión es comparable a “Los ricos también lloran”, telenovela mexicana de 1979
dirigida por Rafael Banquells.
CONCLUSIÓN
Ambas, la
novela y la película, plantean una relación basada en el sexo como una mera
transacción, estipulada y acordada, incluso en un contrato escrito. Este
contrato, que detalla prácticas sexuales poco comunes, somete solamente a la
parte femenina a todo un listado de actividades y actitudes que van desde el
mutismo durante el castigo corporal hasta el fisting.
Christian
Grey es un hombre carente de afecto, con una infancia de abusos, con enormes
traumas y complejos. Anastacia Steele es una universitaria de 21 años demasiado
inocente, que incluso raya en un cierto retraso emocional por lo que carece de criterio
para entablar una relación sexual tan atípica.
Cualquiera es
libre de escribir un bodrio y tener la suerte de volverse un autor publicado. Lo
que me molesta tanto de “Fifty shades…” es el hecho de que esté influenciando a
los nuevos lectores, adolescentes e incluso universitarios. Ver a toda una
nueva generación de lectores entusiasmarse con las fantásticas cursilerías de
E.L. James me remite a lo que sentí hace años cuando toda una generación
comenzó a leer y encumbrar al autor Carlos Cuauhtémoc Sánchez; y creo que estoy
concediéndole demasiado a nuestra incipiente autora británica.
Finalmente, cualquiera
es libre de rodar una película basada en una novela mediocre; la franquicia
literaria de “Fifty shades of Grey” -que pretende convertirse en una saga
cinematográfica- no es la única. Están los casos de “Twilight” (Hardwicke,
2008), “Divergent” (Burger, 2014) y “The Lord of the Rings: The Fellowship of
the Ring” (Jackson, 2001), por mencionar los más populares. Lo que molesta y
preocupa es el tema de los roles de género que encierra “Fifty shades…” El
mensaje de la película, vuelvo a insistir, es claro: Está bien que una joven
mujer decida someterse a los caprichos y necesidades sexuales de un hombre,
porque está empoderado financieramente. Y porque es hombre.
Ya en 1946
Wolfgang Studte había afirmado “los asesinos están entre nosotros”, con un
filme sobre la reconstrucción moral, la reincorporación a la cotidianidad y la aceptación
de la culpa de quienes sólo por “cumplir órdenes” fueron cómplices de una de
las masacres más atroces que ha visto la historia de la humanidad.Pareciera que ha
pasado toda una vida desde entonces, sin embargo a 76 años de la ocupación nazi
en Polonia, Ida, el reciente filme de Pavel Pawlikowski nos dice que las
cicatrices de aquél tiempo aún calan en el pueblo polaco; y es que nada duele
más que cuando te lastiman los tuyos.
Ambientada a
principios de los años 60, Pawlikowski apoya su historia en la interesante
fotografía blanco y negro de Ryszard Lenczewski y Lukasz Zal, mostrándonos de
inicio la cotidianidad de un majestuoso convento que se ubica en un frío pueblo
polaco que, rodeado por la nieve, nos sitúa de inmediato en un ambiente de
soledad y opresión. Cada toma es apenas breve, cada plano es generalmente estático;
los altos cielos rasos y la monotonía que ronda en su interior son exacerbados
por los encuadres híbridos que ubican a los personajes en la parte inferior volviendo
más grande ese gris que nos envuelve. No hay música ni los apoyos básicos, esos
“trucos” del cine convencional. La quietud predomina y las silenciosas
meriendas de las habitantes del edificio sólo nutren el cuerpo, pues la
interacción se presenta únicamente al servicio de Dios. Así nos
presentan a Ida (Agata Trzebuchowska), novicia huérfana que desde muy pequeña
ha visto su vida transcurrir en medio de ese mutismo y religiosidad. Pinta a
mano una estatua de tamaño casi real del Sagrado Corazón de Jesús y con
mortuoria solemnidad entre varias lo llevan de vuelta a su lugar, cargado cual
féretro, destacando sobre el nevado paisaje en un plano superior. La ingenua
devoción está planteada, la joven Polonia encarnada.
Se acerca la
fecha en que la novicia habrá de hacer los votos que la conviertan en monja
cuando es requerida por la madre superiora. Ahí le informan que si bien aún
tiene un familiar vivo en el mundo, éste nunca quiso hacerse responsable de
ella por lo que le encomiendan la tarea de confrontarlo, debiendo tomarse para ello “el tiempo que sea
necesario” antes de volver y consagrar definitivamente su vida a Cristo. La tarea
es aceptada con una impavidez y estoicismos que caracterizarán a Ida a lo largo
del filme.
Entonces viaja a
Lodz y conoce a su tía Wanda (Agata Kuleszka), hermana de su madre. El primer
acercamiento entre ellas no podía ser más desconcertante: Cigarro en mano Wanda
despedía a su amante de ocasión, bebe y con un sarcasmo casi burlón le informa a
Ida -la monja católica- que su origen es judío y Anna su verdadero nombre. ¿No te
dijeron que soy? –le pregunta, y por un segundo su aspecto desparpajado nos
hace pensar que dirá “Soy prostituta”, pero cuando nuestro supuesto cliente se
despide de ambas con un educado “Que Dios las Bendiga” sabemos que equivocamos
juicio. Aun así nunca responde, pero sí le dice a la joven que es la
sobreviviente hija de una pareja desaparecida durante la guerra, muertos como
muchos en el anonimato y sin santa sepultura como casi todos.
Aquí inicia la
constante comparación de las extrapoladas Polonias fielmente representadas por
las dos Agatas. La católica y la comunista, la inocente y la curtida.
Pawlikowski impone su mirada a los personajes, sin estereotiparlos ni
juzgarlos, pues ambos son el resultado del destino histórico que ha sufrido su
país.
Por la mañana
Wanda toma el tren e Ida prefiere el autobús. La mirada vacía e inexpresiva de la
primera al frente de una Corte Legal de segunda nos contagia su frustración y
hartazgo acumulados. Es la repentina llegada de la sobrina el pretexto que
había esperado para emprender el recorrido en busca de las respuestas que le
den paz a este personaje; es ella quien necesita el viaje, y en su búsqueda
conducirá a Ida con todo y su simpleza por una ruta que impactará más la vida
de la luchadora integrante del Partido Socialista, que la de nuestra novicia.
En este punto,
el filme se convierte en un inevitable roadmovie. El movimiento y dinamismo son
establecidos por la línea argumental –a veces en tono de comedia- equilibrando
los planos estáticos y los encuadres incómodos. El objetivo de las mujeres es
llegar a su pueblo natal para averiguar el destino final de los familiares
muertos, así como el paradero de sus restos.
El confinamiento
en el pequeño vehículo que conduce Wanda obliga al breve diálogo, tratando de indagar en el punto
de vista que cada una de ellas tiene con respecto al sexo y la religión:
–Deberías intentar el amor carnal, de otra forma que clase de sacrificio serían
esos votos –le dicen a Ida, sin embargo Pawlikowski se mantiene al margen sin concederle
la razón a ninguna de las dos posturas, ambas tienen como sustento un país
carente de identidad, dividido por la guerra y consumido por el rencor.
“Entre abril y
mayo de 1940, tras lainvasión
de Polonia por parte de los soviéticosen
1939 y poco después del inicio de laSegunda Guerra Mundial se llevó a cabo la
“Masacre de Katyn”, también conocida como la “Masacre
del bosque de Katyn”, ejecución en masa de ciudadanospolacos(muchos de ellos oficiales del
ejército, hechos prisioneros de guerra) orquestada por elNKVD—la policía secreta soviética dirigida
porLavrenti
Beria. A partir de una propuesta oficial de Beria, fechada el5 de marzode 1940,Staliny otros cuatro miembros del Politburó
soviético aprobaron lo que, de acuerdo alInstituto
de la Memoria Nacional de Poloniay
otros sectores, sería ungenocidio.
Se estima que
las víctimas fueron al menos 21mil 768 ciudadanos polacos los cuales fueron
asesinados tanto en el bosque de Katyn como en las prisiones de las ciudades de
Kalinin,Járkovy otros lugares próximos. Del total de
muertos, cerca de ocho mil eran militares prisioneros de guerra, otros seis mil
eran policías y el resto se trataba de civiles integrantes de la
intelectualidad polaca como profesores, artistas, investigadores e
historiadores.”
Tal vez este es
el único “traspié” donde el director nos deja ver su postura al situar en este
período el pasado glorioso de “Wanda la
Roja”, no obstante, la experimentada actriz polaca Agata Kuleszca tendrá la
oportunidad de darle trasfondo a su personaje, descubriéndolo al punto casi de
eclipsar a Ida. Emerge la mujer fuerte y de carácter que alguna vez fue:
aquella condecorada luchadora política,
antigua fiscal estatal estalinista que por el bien de la revolución
envió a los "enemigos del pueblo " a la muerte. Lo interesante en
este punto es que Pawlikowski sigue sin comprometerse, no termina de definir la
participación de ella en los hechos históricos y le pone enfrente a una actriz
debutante, Trzebuchowska, a quien seleccionó de entre muchas candidatas al
papel y que por su misma inexperiencia histriónica no le costará el más mínimo
trabajo proyectar la alienación de Ida, carente de matices.
La carretera,
los grises paisajes y los abandonados crossroads continúan acompañando el
relato de esta singular pareja. En el trayecto recogen a un joven músico de
jazz que aportará una breve tangente argumental. Su presencia sirve para que empecemos
a creer que la vida de Ida al fin tendrá una pizca de emoción mundana, pero es
el constante desenfado de Wanda el que provoca que éste brote, haciéndola
reaccionar casi violentamente en defensa de lo que considera más importante: su
fe católica.
La mañana
siguiente traerá consigo el clímax de la historia. El enfrentamiento con el
pasado y una serie de revelaciones invertirán los roles de las mujeres. El
filme jamás será tan gris y los encuadres nunca más incompletos. Pawlikowski da
un paso al costado, se deslinda de posturas haciendo evolucionar la fotografía
hasta el punto en que se vuelve factor, despojándonos de cualquier elemento anatómico
que nos facilite la interpretación. Quiere que el espectador construya sus
propias emociones e incluso, en el momento crucial, Ida será tan solo una voz
en off; el único rostro que veremos es
el de la vergüenza, ese que el director no tiene duda ni remordimiento para mostrárnoslo. Al amanecer del
siguiente día se aproxima el fin del viaje. Un full shot nos mostrará un abandonado
cementerio judío, en su entrada una reja coronada por una estrella de David que
observa al sol alejarse cada vez más. Finalmente, el destino ha querido que las
diferencias se desvanezcan. Las mujeres se verán unidas cavando con sus propias
uñas la tumba que sepultará lo único que habrán compartido a lo largo de su
viaje: la pérdida.
Llega el momento
de la despedida. Ida regresa a su vida monótona en el convento, la nieve se ha
derretido y no es casual que el camino que conduce a éste se vea más desolado,
más gris, más monótono ¿Será capaz Ida de jurar esos votos después de lo
experimentado? ¿Retornará Wanda a su vida licenciosa, envuelta entre alcohol y
amantes de ocasión?
Al final,
mientras una concluye su vida en soledad, víctima de la traición de ambos
frentes políticos y escuchando la Sinfonía No 41 en C mayor “Júpiter” KV 551,
de Mozart; la otra pierde su virginidad al compás de Naima, de Coltrane,
entregará su vida a Cristo y renunciará al camino que tomamos aquellos que si
soñamos con tener pareja, hijos y una linda casa cerca del mar.
Ida significa el
retorno a la patria de Pavel Pawlikowski, director polaco que construyó los
inicios de su carrera en el Reino Unido con filmes como “La Femme du Vème, 2011”
protagonizada por Ethan Hawke y Kristin Scott-Thomas. La cinta de tan solo 80
minutos de duración cuenta con un guión básico que trabajó a cuatro manos con
la inglesa, exbailarina de table dance Rebecca Lenkiewicz; juntos construyen un
relato tan escaso de diálogo y elementos que evocan la austeridad de los filmes nacionales producidos en los
años en que se ambienta la producción. Es su primer rodaje en tierras polacas,
por eso la temática emocional impulsada por la fotografía poco convencional
filmada en relación de aspecto 1,37:1 en vez de los tradicionales 1,85:1 o
2,39:1. Sus composiciones, cuadro por cuadro, son de una belleza tan básica
como inusual, pues cuando no opta por la angustiante cámara en mano, decide
dividir en tercios ubicando a los sujetos en el plano inferior para brindar una
belleza contemplativa que nos mantiene a distancia.
El resultado es
un trabajo tan cercano como distante, donde el espectador es obligado a
construir su propio discurso paralelo que dé cabida, sin prisas, a cualquier
interpretación. Sin embargo Pawlikowski parece tenerlo todo resuelto y el
mensaje que nos quiere dar es claro. El dolor del holocausto aún persiste, pero
la culpa no recae esta vez en el pueblo alemán: al interior es donde aún se
guarda rencor y se asignan culpas. La Polonia judía que representa Wanda “La
Roja” se consume en el dolor y la decadencia, al tiempo que la joven Polonia de
Anna, esa que abraza la religión cristiana, otorga el perdón y continúa su camino
según lo establecido, tomando de la vida apenas una rebanada. Ida es, sin duda,
un filme que vale la pena disfrutar en una época donde la realidad en que
vivimos es soterrada por los múltiples blockbusters y la historia confinada a
los libros que ya nadie lee.
En este lado del mundo, en esta tierra del
mariachi y la tortilla, a donde no sufrimos tanto por el color de la piel -aunque
sí por el grosor de la billetera-, estamos tan olvidados de las cuestiones raciales
que cuando vemos una película como “Dear white people” se nos puede antojar
exagerado el argumento. Sin embargo, saltamos de la silla cuando vemos que está
basado en situaciones reales.
El tema del racismo en cualquier parte del
mundo suele ser temido y difícil de abordar. Suele perderse de vista que la
especie humana es netamente migratoria y que todas las actuales naciones se han
formado, de una u otra manera, por estas corrientes de migrantes originadas
hace miles de años.
Nos olvidamos de que como especie tenemos
antepasados comunes, los mismos abuelos ancestrales, y que las diferencias en
nuestra apariencia responden únicamente a una adaptación de factores
ambientales. Nos olvidamos también que la genética ya demostró que el concepto
de raza no existe en el humano, que todos compartimos las mismas
características como especie que somos, y que hablar de “negros”, “blancos” y
“amarrillos” es tan arcaico como pensar que la tierra es plana e inmóvil.
La película, comienza con la llegada de los
estudiantes al campus de la Universidad Winchester, en Estados Unidos. Se nos
van presentando las carreras más prestigiadas y las casas y fraternidades de
estudiantes más populares. El hecho de vivir en una u otra casa o pertenecer a
una u otra fraternidad puede hacer la diferencia para un estudiante en cuanto a
relaciones profesionales y económicas a futuro; es por eso que este aspecto es
de vital importancia en la vida de cualquier universitario americano.
En la estación de radio del campus se
escucha la rúbrica de un programa que saluda: “Dear white people”; la voz
femenina que conduce –y escribe y
produce este show- es la de la afroamericana Samantha White, una irreverente
estudiante de comunicación que está determinada a derogar un artículo del
reglamento universitario sobre la mezcla de estudiantes blancos y negros en las
casas universitarias. Increíblemente, esta medida parece afectar más a los
afroamericanos, quienes toman el asunto como consigna de lucha en contra de las
autoridades universitarias, básicamente el Presidente de la universidad
(caucásico) y el Decano (afroamericano).
La cinta nos presenta también a Leonel
Higgins, un estudiante junior de periodismo quien por ser afroamericano y estar
asignado a una casa de blancos de las más prestigiadas –a donde vive el hijo
del Presidente de la universidad- no encaja. El hecho de ser gay lo coloca
también dentro de otro grupo de exclusión. El personaje de Lionel cobra mayor
importancia cuando a lo largo de la película vemos que lo excluyen tanto los blancos
como los afroamericanos, hasta que parece encontrar amistad en un director de
un periódico universitario, estudiante blanco y gay quien lo impulsará a cubrir
la protesta de Samantha White, con la promesa de conexiones en importantes
periódicos nacionales.
Conocemos también a Coco (Coleandra)
Conners, una afroamericana con pinta de top model que usa el cabello lacio y largo
además de pupilentes azules; es una brillante estudiante de economía: “Cuando
me gradúe en economía de Winchester será la culminación de la ambición de mis
padres negros de clase media”. Sin
embargo, Coco sueña con un novio blanco de clase alta y sueña también con estar
en un reality show; muy pronto tendrá la oportunidad de audicionar para un productor (afroamericano) quien desea
hacer un reality en la universidad:
“Rostro negro, lugar blanco”.
Simpatizamos, al menos en principio, con Troy
Fairbanks, afroamericano, hijo del Decano, ex novio de Samantha White y novio
de la caucásica hija del Presidente de la universidad. Troy -por ser afroamericano
y aspirante a la excelencia académica- debe ser el perfecto modelo de
estudiante, pues por su color de piel y por su padre, tiene el doble de presión
que, por ejemplo Fletcher, hijo del rector, estudiante “blanco”, que sin ser
brillante ni dedicado, tiene el futuro resuelto, por su color de piel y por su
padre.
Ya planteado el conflicto entre negros y
blacos, nos presentan el hecho de que en el campus circula un manual, “Ebony
& Ivy, a survival guide to keep from drowning in a sea of white”. Este
librito, escrito en cierta jerga, explica algunas de las situaciones en que,
aún en pleno siglo XXI, la gente afroamericana se ve envuelta en la interacción
con la gente blanca. A su vez, Samantha
radicaliza cada vez más su “Dear White People”, al grado que Presidente y
Decano se reúnen para discutir las acciones que se deben tomar.
Para el Presidente de la universidad, el
asunto de la protesta de estudiantes negros es algo pasajero y le comenta al
Decano: “El racismo se terminó en Norteamérica, las únicas personas que piensan
en ello quizá son los mexicanos”. Cuando el Decano llama a cuentas a Samantha,
a su vez agrega: “Tu programa es racista” a lo que ella responde: “Los negros
no pueden ser racistas… El racismo describe un sistema de desventajas basado en
la raza. Los negros no pueden ser racistas ya que no nos beneficiamos de tal
sistema”. O sea que desde la perspectiva
de Samantha decir “Dear white people” no es racista, porque los negros han
estado históricamente sometidos; sin embargo, cuando ella se encuentra ante la
disyuntiva de tener a un novio blanco o a uno negro, sus ideas comienzan a
revolverse y una cosa es no traicionar a su raza y otra muy distinta resultará
no traicionarse a sí misma.
Cuando el presidente encara a Samantha, le
dice “Yo creo que tu echas de menos los días cuando los negros colgaban de los
árboles y se les negaban sus derechos. De esa forma tendrías algo por lo cual
luchar”, nos hace recordar a las protestas actuales en New York y en otras
ciudades americanas a donde han baleado sin más investigación a sospechosos
solo por el color de su piel. El caso de dos jóvenes negros asesinados en la
unión americana en meses pasados, desató
la inconformidad de las comunidades afroamericanas y hasta el día de hoy es un
asunto sin resolver, una inconformidad latente y una injusticia muy real.
El clímax de la película viene en medio de
la lucha de los estudiantes afroamericanos por recuperar sus espacios y
oponerse al reglamento de la “mezcla de razas” y con la fiesta temática en casa
del hijo del Presidente universitario. En esa casa se dan recepciones que se
recuerdan por su originalidad y excesos pero en esta ocasión no tienen idea de
lo que inventarán para celebrar Halloween, hasta que aparece Coco, quien
dispuesta a hacer lo-que-sea para ganar un papel en el reality show, les
propondrá una idea más allá de la originalidad; ayudados también por Troy,
quien desea más que nada la aceptación de blancos y negros, organizarán un
evento temático sin precedente… Solo que los disfraces serán más atemorizantes
para la comunidad, para los afroamericanos y para el Decano, de lo que tenían
previsto.
Ambientada totalmente en el campus
universitario, separa por capítulos cuyos títulos parecen la carátula de un
texto escolar –pues figura el logo de la universidad- “Dear white people” ha
sido ignorada en los premios Oscar, pero muy reconocida por varios premios
independientes como African-American Film Critics Association, Gotham Awards, Independent Spirit Awards, Sundance
Film Festival, por mencionar los más importantes. Su director Justin Simien,
quien es también el escritor y productor, solo ha hecho tres trabajos
anteriores: Rings (2006), My Women: Inst Msgs (2009), and Inst Msgs (Instant
Messages) (2009). Cuando a Simien lo compararon con Spike Lee, dijo que más
bien sus influencias venían de directores como Woody Allen o Ingmar Bergman;
efectivamente, los ambientes, la música, los diálogos en esta película nos
remiten sobre todo a situaciones de confrontación de los personajes con ellos
mismos, con las influencias del exterior y sus metas interiores, estos temas
han sido recurrentes en la filmografía de los citados directores.
Si hacemos un rapidísimo recuento del cine
americano que aborda los temas del racismo, nos encontraremos con títulos que
van desde “El nacimiento de una nación” de D.W. Griffith (1915), referente
obligado e incluso mencionado en la película que nos ocupa; pasamos por otros
clásicos como “Guess who’s coming dinner” de Stanley Kramer o “En el calor de
la noche” de Norman Jewison, ambas películas lanzadas en 1967 y protagonizadas
por Sidney Poitier. Más cercanas tenemos a “American History X” de Tony Kaye
(1998) y diez años después Clint Eastwood nos presentó “Grand Torino”. Son
demasiadas las referencias cinematogáficas que podríamos seguir mencionando; lo
que nos llama la atención es que “Dear white people” finalmente señala las
condiciones actuales del racismo pero desde una perspectiva interna; desde la
propia vida y mente y psicología de los estudiantes afroamericanos, en una
comunidad universitaria cerrada, a donde es difícil huir del estigma de la
“raza”, a donde cada decisión es cuidadosamente tomada pues de esto depende el
futuro profesional y la aceptación de la comunidad. Nuestra peli, sin ser tan
dramática como las citadas más arriba, más bien en un estilo “woodyallenezco”, nos
obliga a pensar en las contradicciones internas de los afroamericanos, en si es
cierto que el racismo no existe más en Norteamérica, como lo plantea el
Presidente de la universidad. Nos obliga también a ponernos en los zapatos de
un lado y del otro, de negros y blancos y tal vez nos haga preguntarnos,
tímidamente, si sería posible cerrar de una vez y para siempre las heridas
históricas de la desigualdad cultural y la intolerancia racial en Norteamérica.