Por: Sandra Bustamante M.
En este lado del mundo, en esta tierra del mariachi y la tortilla, a donde no sufrimos tanto por el color de la piel -aunque sí por el grosor de la billetera-, estamos tan olvidados de las cuestiones raciales que cuando vemos una película como “Dear white people” se nos puede antojar exagerado el argumento. Sin embargo, saltamos de la silla cuando vemos que está basado en situaciones reales.
El tema del racismo en cualquier parte del
mundo suele ser temido y difícil de abordar. Suele perderse de vista que la
especie humana es netamente migratoria y que todas las actuales naciones se han
formado, de una u otra manera, por estas corrientes de migrantes originadas
hace miles de años.
Nos olvidamos de que como especie tenemos
antepasados comunes, los mismos abuelos ancestrales, y que las diferencias en
nuestra apariencia responden únicamente a una adaptación de factores
ambientales. Nos olvidamos también que la genética ya demostró que el concepto
de raza no existe en el humano, que todos compartimos las mismas
características como especie que somos, y que hablar de “negros”, “blancos” y
“amarrillos” es tan arcaico como pensar que la tierra es plana e inmóvil.
La película, comienza con la llegada de los
estudiantes al campus de la Universidad Winchester, en Estados Unidos. Se nos
van presentando las carreras más prestigiadas y las casas y fraternidades de
estudiantes más populares. El hecho de vivir en una u otra casa o pertenecer a
una u otra fraternidad puede hacer la diferencia para un estudiante en cuanto a
relaciones profesionales y económicas a futuro; es por eso que este aspecto es
de vital importancia en la vida de cualquier universitario americano.
En la estación de radio del campus se escucha la rúbrica de un programa que saluda: “Dear white people”; la voz femenina que conduce –y escribe y produce este show- es la de la afroamericana Samantha White, una irreverente estudiante de comunicación que está determinada a derogar un artículo del reglamento universitario sobre la mezcla de estudiantes blancos y negros en las casas universitarias. Increíblemente, esta medida parece afectar más a los afroamericanos, quienes toman el asunto como consigna de lucha en contra de las autoridades universitarias, básicamente el Presidente de la universidad (caucásico) y el Decano (afroamericano).
La cinta nos presenta también a Leonel
Higgins, un estudiante junior de periodismo quien por ser afroamericano y estar
asignado a una casa de blancos de las más prestigiadas –a donde vive el hijo
del Presidente de la universidad- no encaja. El hecho de ser gay lo coloca
también dentro de otro grupo de exclusión. El personaje de Lionel cobra mayor
importancia cuando a lo largo de la película vemos que lo excluyen tanto los blancos
como los afroamericanos, hasta que parece encontrar amistad en un director de
un periódico universitario, estudiante blanco y gay quien lo impulsará a cubrir
la protesta de Samantha White, con la promesa de conexiones en importantes
periódicos nacionales.
Conocemos también a Coco (Coleandra)
Conners, una afroamericana con pinta de top model que usa el cabello lacio y largo
además de pupilentes azules; es una brillante estudiante de economía: “Cuando
me gradúe en economía de Winchester será la culminación de la ambición de mis
padres negros de clase media”. Sin
embargo, Coco sueña con un novio blanco de clase alta y sueña también con estar
en un reality show; muy pronto tendrá la oportunidad de audicionar para un productor (afroamericano) quien desea
hacer un reality en la universidad:
“Rostro negro, lugar blanco”.
Simpatizamos, al menos en principio, con Troy
Fairbanks, afroamericano, hijo del Decano, ex novio de Samantha White y novio
de la caucásica hija del Presidente de la universidad. Troy -por ser afroamericano
y aspirante a la excelencia académica- debe ser el perfecto modelo de
estudiante, pues por su color de piel y por su padre, tiene el doble de presión
que, por ejemplo Fletcher, hijo del rector, estudiante “blanco”, que sin ser
brillante ni dedicado, tiene el futuro resuelto, por su color de piel y por su
padre.
Ya planteado el conflicto entre negros y
blacos, nos presentan el hecho de que en el campus circula un manual, “Ebony
& Ivy, a survival guide to keep from drowning in a sea of white”. Este
librito, escrito en cierta jerga, explica algunas de las situaciones en que,
aún en pleno siglo XXI, la gente afroamericana se ve envuelta en la interacción
con la gente blanca. A su vez, Samantha
radicaliza cada vez más su “Dear White People”, al grado que Presidente y
Decano se reúnen para discutir las acciones que se deben tomar.
Para el Presidente de la universidad, el
asunto de la protesta de estudiantes negros es algo pasajero y le comenta al
Decano: “El racismo se terminó en Norteamérica, las únicas personas que piensan
en ello quizá son los mexicanos”. Cuando el Decano llama a cuentas a Samantha,
a su vez agrega: “Tu programa es racista” a lo que ella responde: “Los negros
no pueden ser racistas… El racismo describe un sistema de desventajas basado en
la raza. Los negros no pueden ser racistas ya que no nos beneficiamos de tal
sistema”. O sea que desde la perspectiva
de Samantha decir “Dear white people” no es racista, porque los negros han
estado históricamente sometidos; sin embargo, cuando ella se encuentra ante la
disyuntiva de tener a un novio blanco o a uno negro, sus ideas comienzan a
revolverse y una cosa es no traicionar a su raza y otra muy distinta resultará
no traicionarse a sí misma.
Cuando el presidente encara a Samantha, le
dice “Yo creo que tu echas de menos los días cuando los negros colgaban de los
árboles y se les negaban sus derechos. De esa forma tendrías algo por lo cual
luchar”, nos hace recordar a las protestas actuales en New York y en otras
ciudades americanas a donde han baleado sin más investigación a sospechosos
solo por el color de su piel. El caso de dos jóvenes negros asesinados en la
unión americana en meses pasados, desató
la inconformidad de las comunidades afroamericanas y hasta el día de hoy es un
asunto sin resolver, una inconformidad latente y una injusticia muy real.
El clímax de la película viene en medio de
la lucha de los estudiantes afroamericanos por recuperar sus espacios y
oponerse al reglamento de la “mezcla de razas” y con la fiesta temática en casa
del hijo del Presidente universitario. En esa casa se dan recepciones que se
recuerdan por su originalidad y excesos pero en esta ocasión no tienen idea de
lo que inventarán para celebrar Halloween, hasta que aparece Coco, quien
dispuesta a hacer lo-que-sea para ganar un papel en el reality show, les
propondrá una idea más allá de la originalidad; ayudados también por Troy,
quien desea más que nada la aceptación de blancos y negros, organizarán un
evento temático sin precedente… Solo que los disfraces serán más atemorizantes
para la comunidad, para los afroamericanos y para el Decano, de lo que tenían
previsto.
Ambientada totalmente en el campus
universitario, separa por capítulos cuyos títulos parecen la carátula de un
texto escolar –pues figura el logo de la universidad- “Dear white people” ha
sido ignorada en los premios Oscar, pero muy reconocida por varios premios
independientes como African-American Film Critics Association, Gotham Awards, Independent Spirit Awards, Sundance
Film Festival, por mencionar los más importantes. Su director Justin Simien,
quien es también el escritor y productor, solo ha hecho tres trabajos
anteriores: Rings (2006), My Women: Inst Msgs (2009), and Inst Msgs (Instant
Messages) (2009). Cuando a Simien lo compararon con Spike Lee, dijo que más
bien sus influencias venían de directores como Woody Allen o Ingmar Bergman;
efectivamente, los ambientes, la música, los diálogos en esta película nos
remiten sobre todo a situaciones de confrontación de los personajes con ellos
mismos, con las influencias del exterior y sus metas interiores, estos temas
han sido recurrentes en la filmografía de los citados directores.
Si hacemos un rapidísimo recuento del cine
americano que aborda los temas del racismo, nos encontraremos con títulos que
van desde “El nacimiento de una nación” de D.W. Griffith (1915), referente
obligado e incluso mencionado en la película que nos ocupa; pasamos por otros
clásicos como “Guess who’s coming dinner” de Stanley Kramer o “En el calor de
la noche” de Norman Jewison, ambas películas lanzadas en 1967 y protagonizadas
por Sidney Poitier. Más cercanas tenemos a “American History X” de Tony Kaye
(1998) y diez años después Clint Eastwood nos presentó “Grand Torino”. Son
demasiadas las referencias cinematogáficas que podríamos seguir mencionando; lo
que nos llama la atención es que “Dear white people” finalmente señala las
condiciones actuales del racismo pero desde una perspectiva interna; desde la
propia vida y mente y psicología de los estudiantes afroamericanos, en una
comunidad universitaria cerrada, a donde es difícil huir del estigma de la
“raza”, a donde cada decisión es cuidadosamente tomada pues de esto depende el
futuro profesional y la aceptación de la comunidad. Nuestra peli, sin ser tan
dramática como las citadas más arriba, más bien en un estilo “woodyallenezco”, nos
obliga a pensar en las contradicciones internas de los afroamericanos, en si es
cierto que el racismo no existe más en Norteamérica, como lo plantea el
Presidente de la universidad. Nos obliga también a ponernos en los zapatos de
un lado y del otro, de negros y blancos y tal vez nos haga preguntarnos,
tímidamente, si sería posible cerrar de una vez y para siempre las heridas
históricas de la desigualdad cultural y la intolerancia racial en Norteamérica.
Sandra Bustamante M.
Marzo 2015
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