lunes, 23 de marzo de 2015

DEAR WHITE PEOPLE: LA IDENTIDAD DE LA RAZA

Por: Sandra Bustamante M.


En este lado del mundo, en esta tierra del mariachi y la tortilla, a donde no sufrimos tanto por el color de la piel -aunque sí por el grosor de la billetera-, estamos tan olvidados de las cuestiones raciales que cuando vemos una película como “Dear white people” se nos puede antojar exagerado el argumento. Sin embargo, saltamos de la silla cuando vemos que está basado en situaciones reales.




El tema del racismo en cualquier parte del mundo suele ser temido y difícil de abordar. Suele perderse de vista que la especie humana es netamente migratoria y que todas las actuales naciones se han formado, de una u otra manera, por estas corrientes de migrantes originadas hace miles de años.
Nos olvidamos de que como especie tenemos antepasados comunes, los mismos abuelos ancestrales, y que las diferencias en nuestra apariencia responden únicamente a una adaptación de factores ambientales. Nos olvidamos también que la genética ya demostró que el concepto de raza no existe en el humano, que todos compartimos las mismas características como especie que somos, y que hablar de “negros”, “blancos” y “amarrillos” es tan arcaico como pensar que la tierra es plana e inmóvil.
La película, comienza con la llegada de los estudiantes al campus de la Universidad Winchester, en Estados Unidos. Se nos van presentando las carreras más prestigiadas y las casas y fraternidades de estudiantes más populares. El hecho de vivir en una u otra casa o pertenecer a una u otra fraternidad puede hacer la diferencia para un estudiante en cuanto a relaciones profesionales y económicas a futuro; es por eso que este aspecto es de vital importancia en la vida de cualquier universitario americano.

En la estación de radio del campus se escucha la rúbrica de un programa que saluda: “Dear white people”; la voz femenina que conduce  –y escribe y produce este show- es la de la afroamericana Samantha White, una irreverente estudiante de comunicación que está determinada a derogar un artículo del reglamento universitario sobre la mezcla de estudiantes blancos y negros en las casas universitarias. Increíblemente, esta medida parece afectar más a los afroamericanos, quienes toman el asunto como consigna de lucha en contra de las autoridades universitarias, básicamente el Presidente de la universidad (caucásico) y el Decano (afroamericano).

La cinta nos presenta también a Leonel Higgins, un estudiante junior de periodismo quien por ser afroamericano y estar asignado a una casa de blancos de las más prestigiadas –a donde vive el hijo del Presidente de la universidad- no encaja. El hecho de ser gay lo coloca también dentro de otro grupo de exclusión. El personaje de Lionel cobra mayor importancia cuando a lo largo de la película vemos que lo excluyen tanto los blancos como los afroamericanos, hasta que parece encontrar amistad en un director de un periódico universitario, estudiante blanco y gay quien lo impulsará a cubrir la protesta de Samantha White, con la promesa de conexiones en importantes periódicos nacionales.

Conocemos también a Coco (Coleandra) Conners, una afroamericana con pinta de top model que usa el cabello lacio y largo además de pupilentes azules; es una brillante estudiante de economía: “Cuando me gradúe en economía de Winchester será la culminación de la ambición de mis padres negros de clase media”.  Sin embargo, Coco sueña con un novio blanco de clase alta y sueña también con estar en un reality show; muy pronto tendrá la oportunidad de audicionar  para un productor (afroamericano) quien desea hacer un reality  en la universidad: “Rostro negro, lugar blanco”.
Simpatizamos, al menos en principio, con Troy Fairbanks, afroamericano, hijo del Decano, ex novio de Samantha White y novio de la caucásica hija del Presidente de la universidad. Troy -por ser afroamericano y aspirante a la excelencia académica- debe ser el perfecto modelo de estudiante, pues por su color de piel y por su padre, tiene el doble de presión que, por ejemplo Fletcher, hijo del rector, estudiante “blanco”, que sin ser brillante ni dedicado, tiene el futuro resuelto, por su color de piel y por su padre.
Ya planteado el conflicto entre negros y blacos, nos presentan el hecho de que en el campus circula un manual, “Ebony & Ivy, a survival guide to keep from drowning in a sea of white”. Este librito, escrito en cierta jerga, explica algunas de las situaciones en que, aún en pleno siglo XXI, la gente afroamericana se ve envuelta en la interacción con la gente blanca.  A su vez, Samantha radicaliza cada vez más su “Dear White People”, al grado que Presidente y Decano se reúnen para discutir las acciones que se deben tomar.
Para el Presidente de la universidad, el asunto de la protesta de estudiantes negros es algo pasajero y le comenta al Decano: “El racismo se terminó en Norteamérica, las únicas personas que piensan en ello quizá son los mexicanos”. Cuando el Decano llama a cuentas a Samantha, a su vez agrega: “Tu programa es racista” a lo que ella responde: “Los negros no pueden ser racistas… El racismo describe un sistema de desventajas basado en la raza. Los negros no pueden ser racistas ya que no nos beneficiamos de tal sistema”.  O sea que desde la perspectiva de Samantha decir “Dear white people” no es racista, porque los negros han estado históricamente sometidos; sin embargo, cuando ella se encuentra ante la disyuntiva de tener a un novio blanco o a uno negro, sus ideas comienzan a revolverse y una cosa es no traicionar a su raza y otra muy distinta resultará no traicionarse a sí misma.

Cuando el presidente encara a Samantha, le dice “Yo creo que tu echas de menos los días cuando los negros colgaban de los árboles y se les negaban sus derechos. De esa forma tendrías algo por lo cual luchar”, nos hace recordar a las protestas actuales en New York y en otras ciudades americanas a donde han baleado sin más investigación a sospechosos solo por el color de su piel. El caso de dos jóvenes negros asesinados en la unión americana en meses pasados,  desató la inconformidad de las comunidades afroamericanas y hasta el día de hoy es un asunto sin resolver, una inconformidad latente y una injusticia muy real.
El clímax de la película viene en medio de la lucha de los estudiantes afroamericanos por recuperar sus espacios y oponerse al reglamento de la “mezcla de razas” y con la fiesta temática en casa del hijo del Presidente universitario. En esa casa se dan recepciones que se recuerdan por su originalidad y excesos pero en esta ocasión no tienen idea de lo que inventarán para celebrar Halloween, hasta que aparece Coco, quien dispuesta a hacer lo-que-sea para ganar un papel en el reality show, les propondrá una idea más allá de la originalidad; ayudados también por Troy, quien desea más que nada la aceptación de blancos y negros, organizarán un evento temático sin precedente… Solo que los disfraces serán más atemorizantes para la comunidad, para los afroamericanos y para el Decano, de lo que tenían previsto.

Ambientada totalmente en el campus universitario, separa por capítulos cuyos títulos parecen la carátula de un texto escolar –pues figura el logo de la universidad- “Dear white people” ha sido ignorada en los premios Oscar, pero muy reconocida por varios premios independientes como African-American Film Critics Association,  Gotham Awards, Independent Spirit Awards, Sundance Film Festival, por mencionar los más importantes. Su director Justin Simien, quien es también el escritor y productor, solo ha hecho tres trabajos anteriores: Rings (2006), My Women: Inst Msgs (2009), and Inst Msgs (Instant Messages) (2009). Cuando a Simien lo compararon con Spike Lee, dijo que más bien sus influencias venían de directores como Woody Allen o Ingmar Bergman; efectivamente, los ambientes, la música, los diálogos en esta película nos remiten sobre todo a situaciones de confrontación de los personajes con ellos mismos, con las influencias del exterior y sus metas interiores, estos temas han sido recurrentes en la filmografía de los citados directores.

Si hacemos un rapidísimo recuento del cine americano que aborda los temas del racismo, nos encontraremos con títulos que van desde “El nacimiento de una nación” de D.W. Griffith (1915), referente obligado e incluso mencionado en la película que nos ocupa; pasamos por otros clásicos como “Guess who’s coming dinner” de Stanley Kramer o “En el calor de la noche” de Norman Jewison, ambas películas lanzadas en 1967 y protagonizadas por Sidney Poitier. Más cercanas tenemos a “American History X” de Tony Kaye (1998) y diez años después Clint Eastwood nos presentó “Grand Torino”. Son demasiadas las referencias cinematogáficas que podríamos seguir mencionando; lo que nos llama la atención es que “Dear white people” finalmente señala las condiciones actuales del racismo pero desde una perspectiva interna; desde la propia vida y mente y psicología de los estudiantes afroamericanos, en una comunidad universitaria cerrada, a donde es difícil huir del estigma de la “raza”, a donde cada decisión es cuidadosamente tomada pues de esto depende el futuro profesional y la aceptación de la comunidad. Nuestra peli, sin ser tan dramática como las citadas más arriba, más bien en un estilo “woodyallenezco”, nos obliga a pensar en las contradicciones internas de los afroamericanos, en si es cierto que el racismo no existe más en Norteamérica, como lo plantea el Presidente de la universidad. Nos obliga también a ponernos en los zapatos de un lado y del otro, de negros y blancos y tal vez nos haga preguntarnos, tímidamente, si sería posible cerrar de una vez y para siempre las heridas históricas de la desigualdad cultural y la intolerancia racial en Norteamérica.

Sandra Bustamante M.


Marzo 2015 



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